La oposición y el miedo a la pobreza
La aporofobia, es aquel sentimiento de desprecio, temor y repugnancia, hacia la pobreza o bien, a todo aquello que se le relaciona, ya sea directa o indirectamente.
Aspectos como la falta de estudios académicos o bien, la carencia de recursos, son de los principales elementos, que suelen ser criticados o despreciados.
Aunque en muchas ocasiones, las críticas y discriminación, de un sector social, hacia otro, suelen escalar, al punto de despreciar los rasgos indígenas y aquellos elementos en los cuales, la moral desde la que se critica, pone como parámetros socialmente aceptables, los rasgos occidentalizados o de una clase social norteamericanizada.
Es decir, una sociedad pobre, desde la aporofobia, no tiene preparación, ni mucho menos, nivel académico, lo cual, en pocas palabras, puede traducirse, como un peligro inminente, para “una sociedad de buenas costumbres y buenos principios morales”. Ya que, donde hay pobreza, hay delincuencia y si hay delincuencia, hay maldad y perversión.
Incluso, el discurso clásico de una oposición enferma de aporofobia, suele seguir y enaltecer la máxima: “los pobres son pobres porque quieren”, aunque, en la realidad, nadie elige ser pobre o bien, es complicado que un pobre decida que, desde él, hasta sus generaciones posteriores, haya pobreza y marginación, aunque esto solamente ofrezca, una calidad de vida indigna.
Sin embargo, dicha máxima, solo es reflejo, de un terrible egoísmo e insensibilidad, ante los diversos problemas sociales.
Sobre todo, porque pensar que todos son tontos por no tener la misma capacidad económica que yo o bien, porque ellos lo han querido así, solo habla de un ser, carente de cualquier visión social y encerrado en una zona de confort.
Es por decirlo de alguna manera, falta de inmersión dentro del mundo y poca inteligencia emocional. Ya que, reducir un problema tan complicado, en una máxima tan terrible, está muy lejos, de mostrar interés en aportar algo, para que dicho problema se resuelva.
Sin embargo y pese a dichas máximas tan terribles, la pobreza, no es signo ni de delincuencia ni de perversión. Ni mucho menos, un pobre, tiene que ser necesariamente ratero, asaltante o en todo caso un hombre ignorante e indigno.
Al contrario, muchas veces, la pobreza, ha sido el medio por el cual, los hombres grandes crecen y se desarrollan y pese a que la sociedad aporofóbica, piense lo contrario, son aquellos que logran hacer grandes cambios para mejorar su entorno y dignificar la calidad de vida de las zonas más humildes.
Hecho que también suele reflejarse en el nivel cultural e inteligencia o en todo caso, no está de más mencionar, que a pesar de que Enrique Peña Nieto, era considerado como “un gentleman”, sus actos y respuestas, dejaban mucho que desear.
Y es de dicha idea de pobreza, que se derivan otras terribles suposiciones, que van relacionadas con el clasismo.
Ideas que se derivan de un modelo económico neoliberal, en el cual, suelen verterse la competencia y la clásica mentalidad de tiburón. Incluso, un darwinismo social o de perdida, los consejos millonarios, que suelen llegar a las vidas de aquellos que, de cierta manera, tienen alguna dificultad económica.
Sin embargo, todos se encaminan a lo mismo: “alcanzar una vida plena, con sonrisas y bajo una infinita competencia entre los individuos”. Eterna competencia en la cual, sin importar por encima de quien pase, buscaré alcanzar mis sueños, aunque eso signifique destruirle la vida a alguien más o explotar a los más necesitados, para alcanzar una estabilidad económica.
Claro, no es que sea una regla general, ni mucho menos, un principio de todo potentado económico, pero si lo es, de todo aquel que maneja su discurso de deprecio por la pobreza. Peor aún, si pensamos, que la mayoría de los potentados aporofóbicos, son aquellos acostumbrados a vivir del erario público o bien, llevar una vida lujosa, pero pagada con la explotación laboral o los impuestos de esos pobres a quienes tanto desprecia.
Cabe recordar, el terrible aparato de infodemia que la oposición hizo, en contra de Andrés Manuel, cuando en las redes sociales, circuló una foto en la cual, se apreciaban sus zapatos desgastados y sucios.
Fotografía que fue criticada durante un determinado tiempo y de la cual, se derivaron, terribles ofensas, relacionadas con la pulcritud y mofa, hacia algo común: que tus zapatos se ensucien, cuando te bajas del coche para caminar y andar. Es decir, lejos de que dichas críticas, se hicieran de manera constructiva, solo reflejaron, el terrible clasismo y la terrible moral retorcida, con la cual, dicha oposición, suele manejarse dentro del mundo, ya que, si eso piensan del primer mandatario, que ideas generarán sus pequeñas mentes, de aquellas personas que muchas veces, suelen andar en huaraches, con los pies sucios y trabajando en el campo o viajando en transporte público, donde es muy común ensuciarte.
Críticas que quedan aún más en ridículo, si recordamos la pintura de los zapatos desgatados de Van Gogh, la cual, entre una de las múltiples interpretaciones que se les ha dado (ya que, el arte suele tener interpretaciones subjetivas), se intentó ver reflejado el paso del tiempo y el andar por la vida.
Es decir, no hubo mejor representación de la andanza, que unos zapatos desgastados, que, de manera inevitable, se da el efecto del tiempo, sobre los objetos y las personas. Y que, lo anterior, es inevitable para todos, sin importar la condición social o los prejuicios que hayas cultivado en tu mente.
Es decir, la pobreza o la riqueza económica, no son indicadores de tu calidad moral, ni mucho menos, te dan o restan importancia.
A final de cuentas, lo que verdaderamente importante, es tu humanidad y amor por la vida, aunque el valor que esto tiene, dista mucho del valor monetario que suele darse a las cosas, es más bien, un valor un poco más complejo, que implica la manera en la que cada uno de nosotros, solemos relacionarnos con nuestros semejantes.
Referencias
Maillard San Jorge, I. (16 de 09 de 2009). DW. Obtenido de DW: https://www.dw.com/es/los-zapatos-de-van-gogh-desatan-debate-filos%C3%B3fico/a-4697475
MILAGROS PÉREZ , O. (04 de Enero de 2018). El País. Obtenido de https://elpais.com/elpais/2018/01/03/opinion/1515000880_629504.html
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